Hoy me he topado con un amigo abogado. Hablando, hablando he empezado a recordar mi infructuosa búsqueda de un lugar donde poder ejercer la pasantía (soy Licenciado en Derecho). Fue durante el verano pasado, concretamente en mi época de malvivir, en mi época de freelance como diseñador web. Lo sé, soy una especie extraña (XDDDD), un tipo que ha estudiado leyes y que trabaja diseñando y desarrollando páginas webs.
El caso es que, tras terminar demasiados sucedáneos de entrevistas con palabras tales como “ya le llamaremos” o “en este momento no necesitamos a nadie” grabadas a fuego en mi cada vez más maltrecho orgullo (recordemos que la pasantía consiste básicamente en trabajar gratis), en uno de los despachos me concedieron una segunda entrevista. Además se trataba de un bufete penalista, una de las ramas del derecho que más me gustan. Esto unido al hecho de que parecía ser una firma no demasiado grande, cosa que, a priori, me otorgaría mayores posibilidades de aprender y que me dijeron que si lograba el puesto cobraría un sueldo desde el principio, hizo que albergase ilusiones. Sin embargo, creo que en la entrevista cometí un error.
Veréis, pocos días antes me encontré con otro amigo, pero éste, informático. Me relató su experiencia personal, desvelandome un “mágico secreto” (aunque en realidad solo fue un consejo :P) que me permitiría triunfar en las entrevistas de trabajo y obtener así el preciado empleo deseado. El secreto era, ni más ni menos que, la sinceridad. Así de simple, no parecer pedante ni esforzarse hasta lo rídiculo en demostrar un gran abánico de conocimientos en pocos minutos. Tan solo ser sincero en cuanto a lo que uno sabe o no sabe hacer, pero recalcando el afán por aprender, aprender, aprender… siempre aprender. Tomé sus consejos como máxima, por eso cuando el abogado que me entrevistó, el jefe del despacho, me hizo la primer pregunta, pese a que me “descolocó” un poco, la encontré ideal para poner en práctica mi estrategia:
“- Véndete… ¿Porqué crees que debo contratarte?” -me preguntó de buenas a primeras.
Le expliqué que siempre me ha parecido fascinante el poder llegar a conocer e interactuar con las normas que rigen la sociedad, el mundo en el que vivimos, y que, pese a que no podía asegurarle si iba a ser un buen abogado puesto que se trataba de una labor que jamás había realizado, iba a esforzarme por aprender y aprovechar su oportunidad. Creo que ese fue mi error. El tipo era un abogado como los de las películas, arrogante, listillo, intimidatorio y que presumía de “conocer a toda la mafia de la ciudad”. Debí asegurarle, aunque fuera mintiendo, que iba a ser un magnífico abogado, que ya era un experto en leyes y que mi lectura de cama era el BOE. Eso era lo que el quería oír. Creo que por eso, semanas más tarde me rechazó: “Lo lamento, de momento con el volumen actual de trabajo no necesitamos a nadie más”.
¡Ja! ¡Cuánto lo dudo! Él quería a alguien dónde pudiera mirarse al espejo pero con 20 años menos. Aún así, tampoco estoy seguro de que debe reprocharle nada. Pués quien sabe, quizás en el mundo en que vivimos, para desempeñar una profesión así y tener éxito, desgraciadamente su actitud sea la más inteligente.
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Creo que no deberias de darle muchas vueltas a este suceso, la vida está llena de posibilidades y cuando unas puertas se cierran otras se abren. Ánimo
Sí… es algo que ya está más que superado. Aún así, gracias de todas formas! 🙂