La RIAA (el equivalente yanki de la SGAE) y la justicia estadounidense, cogiditas de la mano cuán dantesco y peligroso matrimonio de crueles avaros y estúpidos ignorantes, vuelven a hacer de las suyas. Ya hace tiempo que empezaron, de un modo ciertamente aleatorio, sus amedrantadoras, aunque de dudosa efectividad, demandas contra usuarios norteamericanos que bajaran canciones protegidas por derechos de autor. Sin embargo todo sonaba a vil estratagema para infundir miedo, pues ninguna de las demandas llegó a juicio y todos los casos se resolvieron mediante acuerdos extrajudiciales en los que la parte demandada aceptaba pagar una cantidad de dinero a la RIAA. Perdón, todos no. Jammie Thomas, una madre soltera del estado de Minesota no aceptó el trato de la RIAA y se negó a pagar, por lo que, efectivamente, fue llevada a juicio. La cuestión es que, por aquellas cosas solo comprensibles en la tierra de las hamburguesas, Jammie ha sido condenada. Y no se trata de una condena cualquiera. Jammie se enfrenta a una pena absolutamente desmedida, insoportable para cualquier ciudadano de a pie. Deberá pagar ni más ni menos que la astronómica cifra de 158.000 € (unos 220.000 $) por descargar y compartir la irrisoria cifra de 24 canciones.
Aún así, la sentencia todavía no es firme, y la demandada ya ha dicho que la recurrirá. Para ello está recogiendo fondos desde la web «Free Jamie«.
Las sociedades gestoras de derechos de autor, están condenadas a desaparecer. No pueden seguir perpetuando un modelo de negocio desfasado, contrario a la voluntad ciudadana, al derecho al libre acceso a la cultura y al propio sentido común.
La justicia estadounidense me parece de lo más impredecible, sin embargo las cosas no pintan nada bien para la RIAA. Si Jammie acaba siendo condenada, probablemente se convierta en un incómodo martir que perjudique su ya deteriorada imagen pública. Y si por el contrario es absuelta, probablemente sea indemnizada.
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