Hay que ver lo poco que aprendemos de la historia y lo predispuestos que parecemos estar, generación tras generación, a repetir una y otra vez los mismos errores. Y es que pese a estar atravesando una época de grandes avances tecnológicos hay quien afronta todos los cambios que provocan en la sociedad con una actitud casi medieval, reaccionando al progreso con temor y combatiendo el temor con censura. Internet es la mejor muestra de ello.
¿Acaso debemos prohibir los cuchillos porque con ellos se puede matar? La tecnología es, y a así debe considerarse, neutral. Lo bueno o lo malo es, sencillamente, lo que nosotros hacemos con ella. Los mayores culpables de esta anacrónica tendencia son los propios órganos de poder de los Estados. Esos entes etéreos formados por una amalgama de individuos que con demasiada frecuencia responden más al miedo al cambio y a su lucro particular que al interés general, tratan de preservar modelos de negocio obsoletos e instrumentos de control de ciudadanos propios de estados totalitarios. El ejemplo más triste y reciente ha sucedido con la respuesta de los gobiernos de la mayor parte de países Europeos ante los atentados de Charlie Hebdo. Les ha faltado tiempo a los políticos para blandir, como supuesta arma infalible para proteger al pueblo, el ejercer un mayor control de Internet para prevenir esta clase de ataques. Siguiendo con el caso de Francia, hoy, sin ir más lejos, ha entrado en vigor una norma que permite el loable fin de cerrar por vía administrativa páginas webs de terroristas o donde se aloje pornografía infantil. Todo muy rápidamente, con gran agilidad, sin pasar por el control ni las garantías que ofrece el lento sistema judicial. Pero no conviene dejarse engañar, no es más que una burda excusa y supone abrir la caja de pandora. Crear una grieta el conjunto de los derechos y libertades públicas a través de la cual poder menoscabar lo que tantas generaciones ha costado conseguir. Siempre existirán mecanismos subrepticios para que los criminales se comuniquen entre sí. Y coartar la libertad de los ciudadanos como norma general nunca debe es la manera. Obviamente no me refiero a situaciones excepcionales como el Estado de Sitio o, valga la redundancia, de Exepción. Es más, en el caso extremo, hipotético (y probablemente falso) de que la intervención de las comunicaciones sin las garantías judiciales necesarias pudiera suponer dificultades añadidas en los planes de terroristas, incluso así, semejante menoscabo de las libertades de los ciudadanos no podrían justificar estas acciones.
¿Por qué el espionaje masivo de la población no funciona?
Obviamente los impulsores de estas tiránicas medidas se escudan con falacias argumentales del estilo de «si no tienes nada que esconder, no tienes nada de qué preocuparte». Sin embargo, incluso llegando a aceptar el ceder nuestra vida privada en pos de nuestra seguridad, debido al estado actual de la tecnología y por la propia excepcionalidad de loo criminales, las matemáticas (Teorema de Bayes) demuestran la falsedad y la ineficiencia de tales argumentos: Pongamos que tenemos un país con una población de 100 millones de habitantes, una cantidad estimada de delincuentes de un 1% (un millón de personas) y un sistema tan fiable que es capaz de detectar correctamente el 99.9% de los criminales: Sin embargo, imaginemos también que el sistema tenga tan solo un 1% de posibilidades de dar un falso positivo (o sea, que detecte como delincuente a una persona que en realidad no lo es). Ante la población de nuestro país, con ese nimio porcentaje de falsos positivos, el «casi infalible» sistema habría señalado como delincuentes a 1.000.000 de personas inocentes. Por lo tanto, solo funcionaría correctamente un 49.9% de las veces. ¿Quién estaría dispuesto a ceder su libertad ante tales posibilidades de ser tachado como criminal? Con esta clase de sistemas de espionaje masivo, al buscar a personas de una minoría pequeña (los delincuentes), indudablemente, tendremos muchos falsos positivos.
La privacidad debe seguir siendo privada
Por otra parte, y desde un punto de vista más íntimo… ¿A caso no es legítimo tener secretos o, simplemente, aspectos de nuestra vida que deseamos mantener en privado? Aquí, de nuevo, los defensores del espionaje masivo y permanente de la población civil, esgrimirán que se realiza por un mínimo personal calificado, sin embargo son incapaces de garantizar que esos datos no acaben filtrados. Después de todo, cuando casi a diario nos llegan noticias de filtraciones de datos, ¿cómo van a poder garantizarlo?
En definitiva, hoy más que nunca, conviene recordar que la libertad, que tan cara ha salido (y sigue saliendo en muchos lugares del mundo), no debe malvenderse por cuatro falacias burdas.