El otro día, cuando accedí a la App Store desde mi iPad, me topé con una notificación acerca de la modificación de los Términos y Condiciones de Apple iTunes. Era requisito imprescindible aceptar este nuevo contrato (puesto que, al fin y al cabo, eso es lo que es), para poder utilizar el servicio y, por tanto, seguir descargando y actualizando apps. «Página 1 de 54», rezaba la ventanita. ¿En serio?
La mayoría de textos legales en casi todas las páginas webs, apps y demás servicios relacionados con la tecnología se han convertido en un trámite molesto de cumplimentar para las compañías e inútil para el grueso de los usuarios. ¿Quién no ha pulsado de forma automática «siguiente, siguiente, siguiente» sin leer nada de lo que aparecía en pantalla solo para poder utilizar el servicio en cuestión? Podríamos estar haciendo un pacto con el diablo y ni siquiera seriamos conscientes de ello.
Conviene matizar, no obstante, que la mayoría de las relaciones que tenemos con estos servicios son en calidad de consumidores y en los países occidentales, esa calificación ya suele otorgar cierta protección legal básica e irrenunciable. Pero no deja de ser eso, una protección básica (y en algunas naciones, más básica que en otras).
La Ley debería prohibir, expresamente y en la medida de lo posible, la redacción deliberadamente compleja de los contratos, especialmente aquellos destinados a los consumidores. Y la autonomía de la voluntad de las partes no debería ser excusa para saltarse esta exigencia. Si algo puede hacerse sencillo, no debe hacerse complejo.
¿Cómo conseguir eso? Una primera aproximación, que unas pocas compañías ya están implementando, sería incluir junto al texto legal tradicional, otro texto resumiendo en unas pocas lineas la esencia del contrato: Por ejemplo, expresando claramente la Prestación y Contra-prestación; a qué se compromete y a qué tendrá derecho cada parte.
Desgraciadamente, y a pesar de que eso contribuye a mejorar la experiencia del cliente, no es del interés de demasiadas empresas que esconden de manera subrepticia clausulas abusivas completamente alejadas del principio de equidad que debería inspirar todos los negocios jurídicos. Pero todas aquellas que quieran ganarse la confianza de sus clientes (o potenciales clientes), deberían empezar por ser accesibles y transparentes en aquello que los vincula con ellos: los contratos.