“…llevaba gafas redondas siempre
pegadas con cinta adhesiva,
consecuencia de todas las veces que
Dudley le había pegado en la nariz.”J.K. Rowling,
Harry Potter y la piedra filosofal
Alentado por un compañero de trabajo y no sin ciertos prejuicios provocados por una adaptación cinematográfica infantil y gris, me decidí a leer el primer libro de Harry Potter, y la verdad es que ha sido una grata sorpresa.
La historia de un niño huérfano, tutelado por unos tíos crueles e inquisidores, que de la noche a la mañana se encuentra con la sorpresa y la responsabilidad de haber derrotado, siendo a penas un bebé, al mago oscuro que nadie osa nombrar y que acabó con la vida de sus padres, a Voldemort. Resulta no solo una historia amena y entretenida, sino un alarde de imaginación que sabe huir del encasillamiento pueril que supuso su conversión al mundo del celuloide.
Aún así, y a modo de deseo estrictamente personal, me hubiera gustado encontrarme con el mismo relato, pero desde un punto de vista todavía más adulto. Me refiero concretamente al carácter de los personajes de la novela. Harry Potter, es un adolescente huérfano, atormentado por una familia extraña, casi adoptiva, que lo odia y humilla a partes iguales. Y de un día para otro, descubre que tiene la capacidad para dominar unos poderes increíbles, inimaginables, poderes con los que deberá enfrentarse al asesino de sus padres. Debería estar más enfadado, sentir más rencor por el mundo mágico que lo ha excluido durante toda su vida, por el mundo real que lo ha maltratado desde que tiene memoria.
Por cierto, su autora Joanne Rowling (J.K. Rowling) es un buen ejemplo de suerte y perseverancia. Pasó por apuros económicos antes de triunfar como escritora, la primera entrega de su Harry, fue rechazada por 8 portentos diferentes de visión empresarial (también conocidas como editoriales), sin embargo hoy, es más rica que la reina de Inglaterra.