Cayó en un profundo sueño mientras contemplaba las sombras nacidas de los barrotes de su prisión. Y fueron esas mismas sombras quienes le saludaron al despertar, mas ya no eran esclavas de las rejas de su celda, sino gráciles musas de la balaustrada que coronaba el palacio en el que se había convertido su morada. “Contaros los dedos” susurró una voz a su espalda…