Escuché el rumor de una tierra cuyos hijos, apenas se tienen pie, plantan un árbol. En él cuelgan hojas donde escriben sus recuerdos, pero cuando éstos pesan demasiado y empiezan a acartonarse amenazando con partir sus ramas, el viento de amnesia sopla hasta desnudar su memoria. Son abandonados a su suerte, para que vuelvan a cometer un millón de errores y algún acierto. Pero, caprichos de la raza humana y del mundo vegetal, aprenden a sobrevivir hasta que llega la primavera, y en ella vuelven a florecer los sueños que, tarde o temprano, darán lugar a nuevos y fugaces recuerdos… Hay quien dice que esas gentes están malditas, pues no hay peor tortura que perder el tesoro de la memoria. Tal vez sea cierto, pero según me explicaron, cada primavera parecen más felices que nunca.