“Ha faltado poco” pensó. El peso del lunes había estado a punto de hacerlo naufragar en un remolino de mareas grises. Aunque en el último momento, como tantos otros días, había logrado alcanzar la orilla. Se arrastró exhausto hasta donde que se suponía que le aguardaba su morada, mas cuando llegó ésta había desaparecido. No quedaba rastro alguno de ella, tan solo un único testigo sordo, ciego y mudo; un sarcófago de cemento del que otrora había brotado luz, daba fe de que su hogar alguna vez hubiera existido. Sin dar crédito a lo que veía, trató de frotarse los ojos, pero fue incapaz. Atónito, intentó mirarse las manos, pero se dio cuenta que también habían desaparecido. ¿Qué se esconde al otro lado de la niebla? Fue lo último que supo.