Amaneció risueño el obispo, y salió a su balcón: “Escuchadme fieles…”, empezó con la misma solemnidad con la que solía recitar sus sermones, “…pues compartiré con vosotros el secreto de una vida llena de dichas: Atravesad bajo este balcón, recogiendo vuestros pasos, uno a uno, mas sin mirar atrás.” Y corrió su voz sacra a galope de los atropellos que se sucedieron durante los días posteriores. Las carcajadas del prelado inundaban la estrecha calle hasta altas horas de la noche. Al cabo de unos días, su más joven sirviente, un tanto contrariado, le preguntó: “Disculpadme excelencia pero, ¿qué tienen de dichosas estas caídas?” El obispo dejó de reír durante un instante, miró al muchacho, y respondió con la mayor naturalidad: “¿A caso no me veis más dichoso?” Y así es como el humor y la ingenuidad, engendraron la leyenda. (Tomada con instagram)